Arquitectura íntima. Entre la materia y la luz

Por Magela Garcés

El trabajo de Goga Trascierra puede ser dividido en dos grandes grupos de obra. El primero, tiende a lo escultórico; el segundo, a lo pictórico. Y digo “tiende” porque acá no hay verdades monolíticas y si algo caracteriza estas piezas, es su esencia anfibia. Son obras que difuminan límites entre manifestaciones, formatos, categorías. Habitan el intersticio: entre función y contemplación, entre lo útil y lo simbólico, lo masculino y lo femenino, el peso y la luz, lo cotidiano y lo extraordinario, la materia ruda y la sensibilidad creadora.

En cada caso, los materiales que la componen son tan protagonistas como la pieza misma. Cemento, varilla, alambrón, ladrillo, arena: restos de una construcción que, lejos de ser reciclados, son resignificados. Goga no disimula su procedencia, al contrario: la hace visible. El alambre queda expuesto, la soldadura se nota, el polvo no siempre se limpia. Cada objeto lleva consigo la huella de su propia gestación y hay en ellos una memoria concreta: la del trabajo manual, la obra negra, la casa en proceso -a este punto volveré más adelante.

Material es también la luz. En las piezas del primer grupo (¿esculturas luminarias o lámparas escultóricas?), esta ocupa un lugar central, es materia activa. La atraviesan, la contienen, la filtran, la encuadran. Cada estructura parece diseñada no tanto para emitir, sino para revelar la luz. Cada foco, cada ángulo, cada sombra proyectada participa del gesto escultórico. El resultado no es solo visual, sino espacial: modifica la atmósfera, altera la percepción, tensa la relación entre objeto y entorno.

Con respecto a la “casa en proceso”, acá detecto un tema tan presente como sutil en el trabajo de Goga. Me refiero a lo doméstico, la vida íntima, el paisaje interior. Materiales de construcción. ¿Qué se construye al interior de un hogar? Las paredes escuchan, ciertamente, también los muebles. Lo pesado implica firmeza, pero no siempre enraizamiento.

A propósito de la memoria, nótese esta otra presencia del tiempo: acá el proceso importa tanto como el resultado. Cada pieza es testimonio del hacer -del corte, del encastre, del rato invertido. No hay simulación, ni pulidos excesivos: el accidente y lo (en apariencia) inacabado condicionan cada obra.

A su vez, ellas condicionan el espacio, lo activan. Y funcionan lo mismo en una galería, un estudio, un departamento, o un jardín. Cada una está hecha para habitar sitios con carácter. No son neutras. No son discretas. No decoran: declaran.

Hay en todas una especie de brutalismo suavizado, formas duras y materiales desnudos dispuestos con una sutileza y una sensibilidad formal muy alivianada, donde lo áspero convive con lo delicado, correlato de esa dualidad universal que atraviesa todo: lo femenino junto a lo masculino, que no son opuestos, sino complementarios. Y acá se subvierte el imaginario del “trabajo pesado” asociado a la fuerza bruta, a lo masculino, a través de la práctica artística de una mujer que manipula estos materiales con libertad y maestría (más allá de que la mano de obra masculina, en efecto, participe en el proceso de ejecución de algunas piezas). La artista está soldando, ensamblando, mezclando arena, ensuciándose las manos. Y ojo, no debe leerse esto como ninguna declaración militante ni reivindicadora de nada. Muy por el contrario, su obra no es un gesto político, en lo más mínimo, sino un ejercicio estético, una investigación definida más por el placer del juego creativo y manual, por la exploración de lo humano, por la búsqueda constante de belleza, que por cualquier otra cosa.

En un tiempo que privilegia lo inmediato, lo efímero y lo prefabricado, el quehacer de Goga Trascierra apuesta por la antípoda: el misterio lento, la meticulosidad, la transmutación de lo ordinario en una experiencia de luz y materia. Para quienes entienden el arte como algo que no solo se contempla, sino que se vive, encontrar una pieza de Goga puede ser como dar con algo que faltaba, aunque no se supiera.

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Exposición de Goga Trascierra 1058 watts: esculturas lumínicas